A todos ustedes les dedico este breve repaso a nuestra historia.
Les ayudará a entender este momento
Dos regiones de la Tierra han sido elegidas por la historia
para protagonizarla. Ambas tienen una mística especial, un papel único.
La primera sería el área del Creciente Fértil donde se
encuentran la península del Sinaí, Palestina, Israel, Siria y el norte de Irak.
Es aquí donde llegaron los primeros homo sapiens que salieron de África y donde
por vez primera se encontraron con la otra raza humana conocida, los
neandertales, y allí se hibridaron con ellos. Y fueron esos seres a los que el
Sahara les cerraría las puertas impidiéndoles volver al paraíso, los que
conquistaron el mundo e instauraron las primeras civilizaciones, y quienes
iniciaron la historia del hombre. Y aún hoy, es en esta zona de la Tierra donde
los tres principales grupos humanos conocidos: judíos, cristianos e islámicos,
confluyen, rivalizan y se matan, como eterno recordatorio de nuestra
naturaleza.
Si Mesopotamia es el inicio y la esencia, la otra elegida
fue la Península Ibérica, protagonista de cada fin y renacimiento de la
historia.
No exagero. Aquellos primeros homo sapiens que salieron de
África llegarían antes a Oceanía, Asia y América que a Europa Occidental,
terminando en nuestra España. Los conquistadores de Europa no solo lucharon
contra el hielo y el deshielo, sino contra el otro grupo humano, los
neandertales, esparcidos por todo el continente, tan inteligentes como ellos, y
mucho más fuertes y con más tiempo de adaptación.
Aquellos hombres usarían lo que solo a ellos quiso dar la
naturaleza, la imaginación y el arte, para adaptarse con rapidez a los
drásticos cambios en su ambiente, y paso a paso robarían el terreno a los
nativos neandertales. Finalmente entrarían a nuestra Península Ibérica, el
último bastión de su enemigo, y allí librarían sus últimas batallas hasta
llegar al sur de España, donde definitivamente aniquilarían a esa otra raza
humana conocida, hasta hacerla desaparecer de la historia.
Aún hoy, se encuentra el ADN mitocondrial de aquellos
primeros conquistadores europeos en pequeñas aldeas vascas, el U8
. Y dicen que fueron estos pobladores
vascos los que desde España poblarían Gran Bretaña e Irlanda compartiendo con ellos el
mismo origen. Y fueron los pobladores ibéricos los que de nuevo entrarían en el
norte de África, cerrando así el primer capítulo de la historia del hombre, la
conquista de la Tierra.
Aquellos primeros pobladores peninsulares se mezclarían más
tarde con otras tribus y pueblos que entraron a la península, produciendo las
frecuencias genéticas que hoy compartimos todos en España, vascos, catalanes,
gallegos y andaluces incluidos. Y por algún místico motivo, el destino les encargaría
a los hispanos la tarea de cerrar y abrir cada capítulo de la historia de
Occidente.
No ha habido imperio europeo que se haya consolidado sin la
conquista de Hispania, y ha sido la rebelión y pérdida de Hispania el fin de
ese imperio.
Los fenicios le darían su nombre, i-spn-ya, hace 2.800 años,
creando a lo largo de todo el levante español,
desde Cádiz hasta Cataluña,
algunos de los puertos comerciales más importantes del Mediterráneo. Sus
descendientes griegos, los Cartagineses, harían su imperio con la conquista de la
mitad este peninsular, lo que llamarían Iberia, y desde allí Anibal entraría en
la misma capital de la República Romana. Y sería la pérdida de Iberia al final
de la 2ª Guerra Púnica, a manos del general romano Escipión, el fin del imperio
griego. Poco más tarde caería el último reducto que quedaba de este, la ciudad
de Cartago, desapareciendo el imperio cartaginés de la historia para siempre.
La conquista de Iberia por los romanos marcó un punto de
inflexión en la historia de Occidente. Desde entonces las antiguas civilizaciones
mediterráneas pasarían al mundo moderno a través de Europa en lugar de África.
A los romanos les costaría solo 12 años expulsar a las
fuerzas cartaginesas del levante español a finales del s. III a.c., pero emplearían
dos siglos de interminables guerras para vencer a los pueblos del interior (celtíberos,
lusitanos, astures, cántabros, etc.). Guerras extremadamente violentas y
crueles, tras las cuales las culturas prerromanas de Hispania fueron casi por
completo exterminadas.
Decía el hispanista inglés Gerald Brennan que "como demuestra claramente la historia,
España ha existido únicamente como nación cuando se sintió bajo la influencia
de una gran idea o impulso; tan pronto como declinaba esa idea, los átomos
de la molécula se separaban y empezaban a vibrar y a chocar unos con otros. Lo
vemos por primera vez en tiempo de Augusto, cuando la civilización romana
sometió a las belicosas tribus íberas. Apenas acabada la conquista, España hizo
suya la idea de Roma, en una medida jamás lograda por la Galia, y
automáticamente empezó a producir generales, emperadores, filósofos y poetas,
hasta el punto de que Italia llegó a parecer una simple provincia de España”.
No le falta razón al autor. A los romanos les costó sangre, sudor y lágrimas conseguir la
unión territorial de los pueblos peninsulares, pero lo hicieron. A ellos les
debemos el sentimiento que nos anexa, el sentirnos hispanos. Y con la
unificación de nuestros pueblos construyeron el pilar de la historia de
Occidente.
Del comportamiento de los átomos de la molécula hispánica,
como decía Brennan, dependerá el comportamiento de toda la estructura de Occidente.
Los romanos no solo harían una nación de la Península Ibérica, sino que en ella
forjarían el alma de Europa. Como si de un campo de pruebas se tratase, la idea
que con éxito uniese a los pueblos hispanos, de una manera u otra sería la idea
con la que se construyese Occidente. La manera en la que España ha entendido el
mundo, las condiciones de paz firmadas por ella, sus revoluciones, sus guerras,
sus éxitos y fracasos, han ido cerrando y abriendo los distintos capítulos de
la historia de Occidente, configurando con ellos el mapa político del mundo.
Podríamos decir que Occidente se ha hecho como España le ha dejado hacerlo.
Así ha sido desde tiempos romanos. El fin de las guerras
civiles en Hispania darían fin a la República Romana, proclamando el Imperio
por César Augusto en el 27 a.C. Hispania proporcionaría al imperio dos de los
llamados “Cinco emperadores buenos”; Trajano y Adriano, y fue parte
fundamental de este, ofreciéndole un enorme caudal de recursos materiales y
humanos. Y de nuevo, la caída de Hispania implicaría el fin del Imperio.
Los mismos visigodos que saquearían Roma en el 410 d.C , se
harían con el poder de Hispania y sur de Francia en el 418 d.C, habiendo
destruido el Imperio Romano de Occidente para siempre. Comenzaría entonces una
nueva era, la Alta Edad Media, en la que Europa ya no se identifica por el
imperio romano, sino por su signo cristiano.
El Reino de los Visigodos se ubicaría en nuestra Hispania,
la Spania que ellos llamaron y de donde heredamos el nombre, y a ellos se les
debe la unidad política de nuestra nación. Pero como el resto de reinos
bárbaros en Europa, la Spania visigoda era territorio de luchas dinásticas y
guerras tribales donde la paz era una excepción.
La Spania visigoda es una fiel representación de la España
que en muchas ocasiones encontraremos a lo largo de la historia. Luchas intensas
entre las partículas del núcleo central contra las de la periferia, en esa rivalidad
eterna por el poder entre las élites de la meseta contra las élites del
Mediterráneo, y los soberanos en el trono a la a vez en guerra contra las
belicosas tribus del norte (vascos, cantabros y astures).
Si la molécula hispánica era inestable, también lo era el
resto de Europa, sufriendo incesantes guerras entre francos, germanos y
bizantinos, además de guerras tribales en su seno. Y el fin de la inestabilidad
en Spania de nuevo repercutiría en la futura estabilidad de Europa.
Como en tantas otras ocasiones ocurrirá en la historia de
España, la búsqueda de apoyo por parte de algunos de sus átomos en moléculas
extranjeras, conllevará la destrucción total en la península, y con ella la de
Occidente. Dicen que nobles godos de la Tarraconense pactaron con los árabes la
entrada a Spania, para con su ayuda arrebatar el trono al rey de origen
lusitano. Los árabes entrarían a la península en el 711 d.C y en solo 9 años
habrían conquistado toda la Spania visigoda. En el año 726 dominaban todo el
Sur de Francia. De nuevo, con el fin de la Spania visigoda comenzará una nueva
era. Tres imperios convivirán y lucharán por la supremacía europea: el bizantino, islámico y
el carolingio.
Hispania de nuevo se constituirá en el pilar del imperio occidental más
desarrollado de ellos, el impero islámico.
Mientras Europa se encontraba sumida en guerras constantes
entre reinos y tribus bárbaras, en plena decadencia cultural, y un sistema
feudal de subsistencia, época conocida como la edad oscura, la España árabe
aparecía como uno de los mayores centros de conocimiento y culturales del
mundo, con una economía urbanizada, y uno de los territorios que disfrutaban de
mayor estabilidad política. El Califato sería la primera economía
comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio romano.
El esplendor del al-Ándalus obligaría también al resto de
Europa a reorganizarse produciendo el embrión de las futuras potencias
Europeas. Tal y como los pueblos del norte peninsular se constituían en
pequeños reinos cristianos, iniciando la reconquista de su antigua Spania ahora
bajo el yugo del Islam, Europa Occidental igualmente se reorganizaba en los
países que más tarde protagonizarían su historia.
Tanto la reconstrucción peninsular como la europea dieron
lecciones que bien haríamos en observar para solucionar algunos de nuestros
problemas actuales. La tradición
pactista en la Alta Edad Media, en la que los nobles regionales adquirían
enorme poder agrupados en sus cortes en contra del poder del rey, mostró ser
competitivamente ineficaz para sus territorios.
Si debido a la Guerra de los 100 años Francia había logrado
centralizarse acumulando enorme poder en su monarca, gracias a lo cual había
logrado vencer a Inglaterra, el mismo ejemplo se observaría en la Península. La
Corona de Castilla había logrado concentrar el poder en su rey, desactivando el
poder de las cortes de sus antiguos reinos, gracias al apoyo del pueblo llano.
Por el contrario, los monarcas aragoneses se habían dedicado a privilegiar a la
nobleza de sus reinos, ofreciendo constantes concesiones a las cortes, hasta
hacer ingobernable un territorio sumido en constantes revueltas internas y
guerras entre reinos.
Esto se vería en la Guerra de los dos Pedros, Pedro I de
Castilla y Pedro IV de Aragón, a mediados del s. XIV. Aún con menos riquezas,
Castilla fue capaz de organizar lo que ya era una potencia demográfica,
mientras Aragón era incapaz de obtener financiación de sus reinos sin ofrecer antes
mayores concesiones en largas negociaciones que no hacían más que demorar la preparación
de sus tropas. La Corona de Aragón fue ampliamente derrotada por las tropas
castellanas, que no cesarían su avance hasta el asesinato del rey castellano
por su propio hermano.
De nada serviría toda la riqueza que generaba la Corona
Aragonesa en el Mediterráneo si no se ponía al servicio de las necesidades de
la Corona en su conjunto. El declive aragonés en el Mediterráneo era ya un
hecho, mientras los castellanos se convertían en una nueva potencia marítima.
Con nuevas potencias emergiendo en Europa como Inglaterra,
Francia o el imperio Sacro-Germánico, la unión de los reinos peninsulares se
convirtió en una necesidad. Ambas Coronas castellana y aragonesa se unirían en
1469 mediante el casamiento de los Reyes Católicos. Esta unión marcaría el
inicio de la etapa más notoria de nuestra historia. En 1492 se conquistaba
Granada, finalizando así la Reconquista iniciada por los reinos cristianos en
el s. VIII. Y en el mismo año los españoles descubrían América.
Por caprichos del destino, la unión de los pueblos hispanos fue
un preámbulo de la unión de los europeos con aquellos hombres que miles de años
antes habían colonizado el continente americano. De nuevo Hispania se erigía
como pilar de la historia de Occidente.
La unión efectiva de los reinos de Castilla, Aragón y
Navarra se haría bajo el reinado de Carlos I, el
primero en adoptar el título de Rey de las Españas. En España se cerraba de
nuevo otro capítulo de la historia, para comenzar uno nuevo dedicado a ella. Se
iniciaba su hegemonía en Europa y el periodo del Antiguo Régimen.
España descubriría al mundo un nuevo continente, y dominaría
media Europa. La casa de Austria construiría una Europa católica bajo su visión
descentralizada de gobierno. Para los Austrias los territorios eran algo suyo,
que pasaban en herencia, y mientras pagasen impuestos al monarca para financiar
sus ejércitos y guerras estos respetaban sus singularidades y formas de
gobierno.
En el caso de las Españas, los sucesivos monarcas
Austracistas mantuvieron las cortes de cada uno de sus reinos, pero era
obligación de estas jurarles como reyes, mientras la monarquía obviaba jurar
las constituciones y leyes de sus cortes. A cambio de esto, la monarquía
mantuvo los privilegios que los nobles habían recibido de la Corona de Aragón. Caso
especial era el catalán, donde incluso tenían capacidad de nombrar a sus
embajadores y cónsules, y todos los consellereres disfrutaban del título de
Grandes de España.
En palabras del prestigioso historiador catalán J. Vicens
Vives, la península estaba “gestándose con signo castellano”. En
este periodo El Quijote de Cervantes ya nos explicaba que el español era lengua
de uso habitual en toda España, y que los barceloneses de la época se referían a
ella como “nuestra lengua”. En efecto era en Barcelona donde más libros en
castellano se imprimían de toda España.
Durante dos siglos la Corona española se financió
básicamente a través de los impuestos castellanos, cuya capacidad económica les
permitía embarcarse en empresas para explotar América. Mientras tanto, el
Condado de Barcelona y Reino de Valencia colaboraron poco a la financiación de
la Corona, debido en parte a que el comercio se había trasladado al Atlántico,
y el Mediterráneo había entrado en declive, y por otro lado la peste había
afectado muy fuerte en estos territorios.
Ese gobierno descentralizado de la Casa de Austria, y
financiado con el oro y plata americanos, perduró hasta que las potencias europeas,
y especialmente los reinos españoles, se dieron cuenta de su debilidad. En 1618
comenzaba la Guerra de los Treinta Años, en la que todas las potencias europeas
se involucraron para arrebatar a la Casa de Austria su hegemonía en Europa.
España rechazaría la intervención danesa primero, que ya implicó
suficientes incrementos de impuestos entre los países contrincantes, como para
que los aliados de Dinamarca, Inglaterra y Francia, entrasen en guerras
civiles. Rechazaría igualmente la intervención sueca, derrotada por las tropas
españolas. Pero tras 17 años de interminable guerra, esperaba un enemigo aún
mucho más fuerte, Francia.
Francia se había convertido en una potencia que gozaba de un
gobierno centralizado, capaz de gestionar un
poderoso ejercito y una frontera
llena de fortificaciones. Los Austrias aún eran demasiado poderosos y Francia sabía
del punto débil de la Monarquía Hispánica. El mismo Conde-Duque de Olivares se
lo recordaría al monarca español Felipe IV: "los políticos extranjeros dicen que la monarquía española es
simplemente un cuerpo fantástico sostenido por la opinión general, pero sin
ninguna sustancia".
Efectivamente España padecía de los mismos problemas que
antes padeció la Corona de Aragón. La dificultad para obtener financiación
extraordinaria de los reinos periféricos, en los que sus propias necesidades
impositivas habían ahogado a su población, y enriquecido a su nobleza.
Aún contra la poderosa Francia, ejércitos de catalanes junto
con los Tercios destruyeron las provincias francesas de Champaña y Borgoña, e
incluso amenazaron París durante la campaña de
Francia de 1636. Pero no sería Francia quien derrotase a España, sino
más bien España se derrotaría a sí misma.
Las nuevas necesidades de financiación implicaban subidas de
impuestos a valencianos, catalanes y aragoneses que no estaban acostumbrados,
además de sufrir la peste y la hambruna que ya les asolaba. Se produjeron
levantamientos en Valencia, Portugal y Cataluña, y otro intento más en
Andalucía. Los átomos de la molécula hispana comenzaron a vibrar, hasta
destruirla.
Cataluña se pondría en manos de Francia declarándose
república de esta y jurando lealtad al rey francés. Descubrirían más tarde que
los franceses no eran aliados de su pueblo, y los mismos catalanes entraron en
guerra civil, hasta jurar lealtad de nuevo al rey español. Portugal se
independizaría para siempre y España perdería las regiones transpirenaicas
catalanas, más otras tantas plazas en Europa, así como todos los territorios
que en América había conquistado Portugal.
Las revueltas internas desestabilizaron a España hasta
hacerla perder la Guerra. España perdería su hegemonía, produciéndose un
equilibrio de poderes en los que a Francia se la vería como el nuevo poder
dominante de Europa.
De nuevo España cerraba un capítulo de la historia, esta vez
el que a ella la historia le había dedicado. La Paz de Westfalia (1648) abría
un nuevo capítulo, el reconocimiento de la integridad territorial de los
Estados, fundamento de la nación-estado soberana moderna.
Los reinos españoles continuarían unidos en la Corona
Española, manteniendo sus fueros y privilegios, pero Cataluña perdió todo su
poder en la Generalitat y las cortes, controladas ahora por la monarquía.
Mientras la unidad de la Corona Española quedaba intacta, Alemania se dividía en
decenas de territorios dentro del imperio con soberanía de facto, que se
mantendrían hasta mediados del s. XIX. Como en otras tantas ocasiones, la
estabilidad entre los pueblos de España había determinado la suerte de Europa.
El mismo Gerald Brennan escribiría en su libro El laberinto español: "¿No es España, después de todo, el país en
que la Historia -y de qué monótona manera- se repite una y otra vez?".
50 años más tarde la historia de occidente se volvería a
escribir en España, y sufriendo los mismos errores. Una guerra dinástica por el
trono español sin descendencia provocaría otra guerra mundial, la Guerra de
Sucesión. Y de nuevo, la disgregación de nuestros pueblos en alianzas extranjeras
buscando concesiones en América y privilegios de gobierno, romperían la
molécula de España quedando ya herida para siempre. En este caso, aunque las
alianzas se repartieron por toda la España, especialmente los reinos de la
Corona Aragonesa se aliarían con Inglaterra y los germanos en una guerra en la
que España tendría ahora a Francia como aliada.
La destrucción fue enorme, y Cataluña de nuevo se
convertiría en campo de batalla contra tropas extranjeras. La paz de Utrecht de
1713 terminaría la guerra y en ella se firmaría la perdida de prácticamente el
total de las posesiones españolas en Europa.
Como siempre quiso hacer la historia, España tendría el
honor de abrir un nuevo capítulo de la historia de Occidente. Gran Bretaña
aparecía como vencedora del conflicto, y en Utrecht firmaba con España la base
de la supremacía futura del Imperio británico.
Con el final de la Guerra comenzaría también el absolutismo
Borbón en España, y la aplicación de medidas centralizadoras a la imagen de
Francia. Felipe V aboliría los fueros y privilegios de todos los reinos de la Corona
Aragonesa, y eliminaría sus instituciones. Aplicaría el catastro, un impuesto
que trató de equilibrar el nivel de impositivo en toda España que hasta ahora
sufrían exclusivamente los castellanos, eliminaría los aranceles entre reinos,
y más tarde, Carlos III abriría el puerto de Barcelona al comercio con América.
Además se efectuó la tan aclamada reestructuración agraria, se apoyó la
industria y se construyó un volumen importante de obra pública.
Por más que se quiera criticar a los Borbones, España pedía
a gritos la aplicación de esas medidas, y el absolutismo se extendería por toda
Europa continental. Con ellas lograron un nuevo periodo de esplendor económico
atendiendo al comercio americano que hasta entonces estaba casi por explorar, y
la mayor beneficiada de esos cambios fue Cataluña, que sitúo a Barcelona como
uno de los mayores puertos comerciales del mundo, desarrollando la industria
textil más importante del Mediterráneo.
Mientras el s. XVIII observaba como el imperialismo
británico creaba el imperio y estado más extenso de toda la historia,
conquistando Oceanía, Asia desde la India hasta Malasia, Hong Kong y diversos
territorios africanos, España sería la única potencia capaz de hacer frente a
las arremetidas inglesas en América.
Felipe V había logrado derrotar a Gran Bretaña en la Batalla de
Cartagena de Indias en 1741, la acción naval más grande de la historia
de la marina
inglesa, y la segunda más grande de todos los tiempos después de la Batalla de
Normandía. La derrota fue tan colosal que se censuraría en los medios
ingleses. El mismo rey recuperaría Nápoles y Sicilia para España. Más tarde, Carlos
III en su alianza con Francia en la Guerra de la Independencia de los EE.UU, frenaba
el expansionismo británico en América debilitando enormemente a Gran Bretaña. España
recuperaría de manos inglesas Menorca, y las colonias perdidas en la Guerra de
los 7 años de Florida y la costa de Honduras, y mantenía Filipinas. Carlos IV
rechazó igualmente los ataques británicos en la zona del Río de la Plata (Buenos
Aires y Montevideo). La influencia de España en Europa había perdido peso con
respecto a Francia, Inglaterra o Austria, pero su imperio en América aún le
permitía ejercer una influencia notable en Occidente, manteniendo la flota más
importante del mundo y la moneda más fuerte.
El siguiente episodio de inestabilidad política y guerra que
se viviría en España no vendría de una supuesta ineficacia de los gobiernos
Borbones, o de la pérdida de poder hegemónico, sino de la constatación de la
ineficacia de un sistema de gobierno.
El cambio de siglo implicó una importante crisis que
demostraba que el Antiguo Régimen no permitía estructuras que abasteciesen el
aumento demográfico que se había producido. La rigidez y opulencia de las monarquías
absolutas, especialmente en Francia y España endeudadas por la guerra contra
Gran Bretaña, y castigadas por el hambre y la pobreza de las malas cosechas,
chocaban contra una burguesía cultivada que ya no se conformaba con el poder
económico y requería también el político. Junto a un campesinado que había
exacerbado sus ánimos, se dieron todas las condiciones para iniciar en 1789 la
Revolución Francesa y deshacerse de sus reyes.
Durante 71 años Francia pasaría por una república, imperio y monarquía
constitucional hasta que la Primera
República cayera tras el golpe de Estado de
Napoleón Bonaparte. A pesar de que Napoleón ejerciese el mismo poder absoluto
de los reyes, se convertiría en estandarte de las ideas de la Revolución
Francesa. El ideal ilustrado del “todo por el pueblo pero sin el pueblo” se extendería
por toda Europa.
El carácter católico y el apego al Antiguo Régimen, serviría
al clero español para mantener un consenso social contrarrevolucionario en
España. La monarquía absolutista de Fernando VII se deshizo de los consejeros
ilustrados, pero en los tradicionales Pactos de Familia con Francia, decidió
apoyar a Napoleón en su guerra contra Inglaterra, lo que llevaría a la perdida
de la mejor parte de la Marina española en
la Batalla de Trafalgar. Aún con este contratiempo, el gobierno permitió el
paso por España a Napoleón para la conquista de Portugal, lo que le permitiría
ocupar varias plazas españolas.
La tradicional aversión a Francia, y la emergencia de un
sentimiento nacional en torno a España en todos sus pueblos, hicieron
levantarse a todos los españoles contra las tropas napoleónicas, a pesar de las
simpatías de ilustrados hacia los ideales de la Francia liberal. Aún cuando
Napoleón en el 1810 ofrecía a Cataluña su independencia, y la senyera colgaba
del balcón de la Generalitat, los catalanes hicieron caso omiso y continuaron
luchando junto al resto de sus compatriotas españoles contra las tropas
francesas.
En una carta, Jose I escribiría a su hermano Napoleón:
"Tengo por enemigo a una nación de doce millones de almas, enfurecidas
hasta lo indecible. Todo lo que aquí se hizo el dos de mayo fue odioso. No,
sire. Estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España”.
El sentimiento patriótico español inventaría la guerra de
guerrillas para luchar contra ejércitos más fuertes, y a imitación de España,
un gran movimiento patriótico se producía en Rusia y posteriormente en
Alemania. La explosión del sentimiento nacional alemán determinó la resolución
de los soberanos. Prusia, Rusia, Inglaterra y Suecia se unían contra Napoleón.
En el 1812 se firmaría la primera constitución española, “La
Pepa”, con la aprobación de varios políticos catalanes, y dos años más tarde
terminaría la guerra de la independencia española.
La Constitución de 1812 fue una de las más liberales de su
tiempo, y serviría de inspiración para otras muchas constituciones que nacerían
en Europa después. Establecía la soberanía en la
Nación (ya no en el rey), la monarquía
constitucional, la separación de
poderes, el sufragio
universal masculino indirecto, y
equiparaba los derechos de los ciudadanos de sus colonias a los de la península.
España cerraba un nuevo capitulo en la historia de Occidente,
dando fin al Antiguo Régimen, e iniciando el camino para instaurar un nuevo
Régimen Liberal en toda Europa. Desde entonces la Nación ya no se sustentaría
en un rey, sino en la voluntad de los pueblos de estar unidos.
Aquella constitución solo duraría dos años, y España se
convertiría en un pequeño espejo de Europa fuera de ella. Aislada en sí misma,
el pequeño mundo de España reproduciría con sus tensiones, revoluciones y
guerras los mismos procesos que se darían en todo Occidente. Y cumpliendo el
papel que quiso darle la historia, España guiaba al mundo abriendo un nuevo capítulo
en ella.
La revolución liberal de 1820 en España, aboliendo los
últimos seis años de gobierno absolutista de Fernando VII, y dando paso al
Trienio progresista, daría lugar a todo un ciclo revolucionario en Europa.
Revoluciones semejantes se repetirían en Portugal, Italia y Grecia, y más
tarde, la revolución de 1830 en Francia, junto con la que se produciría en Bélgica
obteniendo su independencia, acabarían con sus respectivos gobiernos
absolutistas. El ciclo revolucionario continuaría con las revoluciones de 1838 de
corte liberal-nacionalista en Centro-Europa buscando la disolución de sus
monarquías absolutas y la unificación de sus estados, que al final del proceso
desembocarían en el nacimiento de nuevas naciones como Alemania, Italia,
Austria, Hungría, Bohemia, etc, a través de la unión de los estados soberanos
en los que hasta entonces se dividían los territorios italianos, el imperio
Austriaco y el Prusiano.
Del mismo modo que Europa continental vivía un proceso
anárquico en el que los sectores conservadores absolutistas chocaban con
movimientos revolucionarios de obreros y burgueses, intercambiando Republicas,
monarquías parlamentarias y gobiernos absolutos una y otra vez; en España,
monarquías parlamentarias gobernadas por liberales moderados se sucedían por
gobiernos progresistas y republicanos a base de golpes de Estado y sufragios
amañados.
Un mundo nuevo se hacía a base de pólvora. La guerra
Franco-Prusiana daba lugar al Imperio Alemán, y a
la Tercera República Francesa. Se producía la guerra de la independencia de
Grecia, y las guerras de independencia italianas, a la vez que toda America se
independizaba en guerras contra España bajo el ideal liberal de nación y el
precedente de EE.UU. Y mientras tanto, en España, guerras carlistas buscando
reinstaurar las estructuras del Antiguo Régimen, alentadas por un clero
reaccionario en contra de las desamortizaciones de la Iglesia, y una población rural
ultraconservadora en añoranza de sus fueros, hacían nacer el germen del nacionalismo
vasco y catalán.
El nacionalismo romántico basado en la mitología de los
pueblos, en la historia y en la raza, forjaba en Europa nuevas naciones llenas
de orgullo, cuyo principal objetivo era recuperar su influencia en el mundo. Se
había de arrebatar al Imperio Británico una hegemonía de dos siglos, lograda
mediante una antigua monarquía parlamentaria que había sido ajena a los
procesos revolucionarios de Europa Continental, y que había dado lugar a una
revolución industrial y una expansión colonial de tal calibre, que una cuarta
parte de la población mundial, y una quinta parte de las tierras emergidas, la
proveían de suficientes materias primas para convertirla en la fábrica del
mundo.
Y el mismo nacionalismo romántico, precursor de los futuros
fascismos, que en Europa creaba nuevas potencias contra una Gran Bretaña
hegemónica, pretendía crear ahora nuevas naciones en las regiones industriales
de España, en contra ahora, de una Castilla que languidecía en la pobreza, reducida
a enormes latifundios de tierra.
A finales de s. XIX, el nacionalismo romántico cultural crea
partidos políticos nacionalistas en País Vasco, Cataluña, Andalucía, y
movimientos nacionalistas populares de izquierda comienzan a extenderse por
todo el territorio nacional. En poco tiempo una ideología claramente xenófoba y
racista, impregna a todas las regiones de España, del mismo modo que lo hace en
Europa.
Sabino Arana, creador del PNV, de la Ikurriña e incluso del
nombre de Euskadi, escribía frases como: «El roce de nuestro pueblo con el español
causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de
inteligencia, debilidad y corrupción de corazón, apartamiento total, en una
palabra, del fin de toda humana sociedad”.
Del mismo modo, Prat de la Riba, el artífice del catalanismo
político, a finales del XIX decía que la «castellanización» de Cataluña sólo es «una
costra sobrepuesta, una costra que se cuartea y salta, dejando salir intacta,
inmaculada, la piedra indestructible de la raza”.
Y desde una Castilla derrumbada, Canovas del Castillo se
quejaría de que "Son españoles los
que no pueden ser otra cosa."
La Primera República Española (1873-1874) tendría que hacer frente a la revolución
cantonal, un conjunto de levantamientos anarquistas protagonizados por la
pequeña burguesía que independizaba en cantones ciudades como Cartagena,
Valencia, Murcia, Ávila, Salamanca, Toledo y Extremadura, que pretendía su
anexión a “Lusitania”. En Cataluña también se suceden diversos intentos
separatistas.
El mismo nacionalismo que agitaba a un buen número de
regiones en España, llevaría a las potencias europeas a iniciar una carrera por
colonizar y esclavizar a toda África. Se comienza a arrebatar un mercado a Gran
Bretaña que hasta 1870 mantenía el 30% de toda la producción industrial
mundial. EE.UU. y el Imperio Alemán desarrollan
una importante industrialización, y los alemanes acaban sobrepasando a los
británicos en el sector textil y el del metal. El Reino Unido perdía no sólo
los mercados de los países que se industrializaban, sino también comenzaba a
perder su hegemonía en zonas como la India, China, América del Sur y las costas
de África.
Mientras tanto, la corrupción se había hecho el medio de
gobierno en España, desarrollando una red ferroviaria poco productiva que,
junto a las guerras carlistas y los fracasos de las expediciones en Marruecos,
endeudarían España hasta llevarla a la bancarrota. No hubo forma de poner de
acuerdo a terratenientes castellanos y valencianos buscando políticas
aperturistas de mercado, contra una oligarquía catalana y vasca que exigía la
protección del mercado español. Y el deseo de limitar la autonomía de las
colonias americanas para asegurar la explotación de sus productos, provocaría
la pérdida de todas ellas a fin de s. XIX. España vendería a los ingleses la
mayor industria siderúrgica de Europa, situada en Andalucía, y como el resto de
potencias, cerraría su mercado al mundo. España mantendría una industria poco
competitiva en un mercado protegido, que hasta mediados del s. XX. la convertiría
en una de las economías más aisladas del mundo.
El problema del declive español no sería una falta de
industrialización que sufría toda Europa, excepto Gran Bretaña, hasta finales
del s. XIX. Ni mucho menos una falta de sentimiento revolucionario en el que
España fue precursora. El problema era la falta de una idea común compartida
por todos los españoles que los mantuviese unidos en la decadencia del cambio
del Régimen. España, al igual que Europa, no sabía lo que quería ser, en un
enjambre de movimientos marxistas, liberalismo económico y un acuciante
fascismo que llenaba de orgullo a sus pueblos. Y lo mismo que rompería a España,
acabaría rompiendo Europa.
La inestabilidad política que se dio en España sería
preludio de lo que acontecería en el mundo. Una violencia creciente desde
finales de s. XIX, se incrementaría a principios del XX, y llevaría a la quema
de Iglesias y conventos por parte de movimientos anarquistas y comunistas, y a
la declaración del estado de sitio en toda España tras la Semana Trágica de
Barcelona. La agitación social llegaría a su punto álgido con un incremento de
la presión regionalista en Cataluña, junto con el trienio bolchevique en
Andalucía, y los años del plomo en Barcelona, finalmente provocando el
estallido de la crisis de 1917.
Del mismo modo, en Europa la creciente tensión entre las
potencias por la expansión colonial, provocaría la Primera Guerra Mundial en
1914, llevando a la muerte a más de 9 millones de combatientes hasta firmar la
Paz de Versalles en 1918.
Dicen que una comisión de políticos catalanes, que creía ver
en los Catorce Puntos del presidente Wilson la confirmación de sus derechos
nacionales, intentaron captar interés hacia el problema catalán en la
conferencia de Versalles. Posiblemente por saber del coste en sangre que conlleva
hacer naciones, obtuvieron del jefe de gobierno francés, George Clemenceau, un
rechazo despectivo: "Pas
d'histoires, Messieurs!".
1917 daría lugar también a la revolución bolchevique en
Rusia, que provocaría una cruel guerra civil que acabaría con el gobierno de
los zares instaurando una Rusia bajo un régimen autoritario comunista de un
único partido. En 1922, la guerra, el hambre y el tifus había provocado
millones de muertes en toda Rusia despoblando todo el territorio.
La inestabilidad y violencia en España se mantendría hasta
1923, en que un golpe de estado consentido por Alfonso XIII instauraba la
dictadura de Primo de Rivera, con el apoyo desde la burguesía catalana hasta
la UGT de Largo Caballero,
mientras los partidos dinásticos aceptaban la suspensión de la Constitución.
Bismarck
diría: "España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan
siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido."
Pero, aún tras un periodo de paz tanto en España como en
Europa, las tensiones no solo no se disiparían, sino que se recrudecerían aún
más.
Los primeros vestigios de la Gran Crisis de los años 30
desbancarían del poder a Primo de Rivera en 1930. Un año más tarde se
proclamaba un gobierno provisional republicano y al mismo tiempo Maciá
proclamaba el “Estado catalán”, con la intención de integrarlo en la “Federación
de Repúblicas Ibéricas”. Aquella confusa situación se disipaba en tres días con
el compromiso del nuevo gobierno de Alcala-Zamora de convocar unas Cortes
Constituyentes con un estatuto de autonomía para Cataluña. Con la constitución
de 1931 se hacía efectiva la Segunda República Española.
Pero la Republica sería incapaz de contener la violencia de
movimientos anarquistas, obreros y fascistas propios de la primera mitad del s.
XX. Y en la
misma línea, la paz pactada en Versalles a expensas de la derrotada Alemania,
la obligaría a asumir unas condiciones verdaderamente bochornosas en plena
crisis económica, acuciando aún más los deseos de venganza de una población
alemana que ahora se sentía humillada. El radicalismo fascista y comunista se
extendería por toda Europa.
Huelgas de obreros y levantamientos violentos obligarían a la
proclamación de nuevas elecciones en España en 1933. Los resultados dieron una
mayoría de escaños a la CEDA, un partido conservador de corte fascista, y al
partido radical de Lerroux. Se formaba un nuevo gobierno de radicales con tres
ministros de la CEDA, que frenaría la ley de reforma agraria y una ley de la
Generaliat. Esas medidas provocaron la insurrección de
octubre de 1934, todo un espectro de levantamientos anarquistas y
comunistas, junto con la proclamación por parte del gobierno catalán, en manos
de la ERC de Companys, del Estado Catalán dentro de la República
Federal Española. Ese estado catalán duró menos de 9 horas, encañonado
por Lerroux, y la revuelta fracasó en toda España excepto en Asturias, donde
los mineros serían finalmente reprimidos por el ejército africano al mando del
General Francisco Franco.
Un escándalo de corrupción sería la gota que colmaría el
vaso para hacer caer al gobierno, provocando otro adelanto electoral, en el que
saldría ahora escasamente victorioso el Frente Popular, un partido que
aglutinaba a todos los partidos antifascistas al modo de Francia. Aún con un
gobierno que aglutinaba a toda la izquierda española, la violencia se incrementaría
en levantamientos anticlericales quemando iglesias y asesinando religiosos, y
decenas de muertos en manifestaciones y contra-manifestaciones de uno y otro
signo que acabarían con la vida de un teniente de la guardia de Asalto. Y en
venganza se intentaría asesinar a Gil-Robles, acción fracasada que acabaría con
el asesinato del monárquico y antiguo ministro de Hacienda, Calvo-Sotelo.
La República se hizo ingobernable por la radicalización de
las posturas de todos los sectores sociales, hasta desencadenar el golpe de
Estado fascista en España y el inicio de la Guerra Civil española. Finalizaba tras
3 años de cruel guerra en 1939, iniciando la dictadura fascista del General
Franco hasta su muerte en 1975. Alrededor de
un millón de personas morían a causa de la guerra.
Y si los españoles no se entendieron, tampoco lo hicieron
nuestros vecinos europeos. La escalada de los partidos fascistas en Alemania e
Italia, iniciaban al tiempo que terminaba la guerra en España, la Segunda Guerra Mundial, hasta su fin en 1945. Cerca de 70
millones de personas morirían en el mundo, testigo de algunas de las mayores
atrocidades que nunca antes había conocido la historia.
De nuevo en España se comenzó a
cerrar otro capítulo de la historia de Occidente, posiblemente el más negro y triste de esta.
Europa desde entonces se
dividiría en dos bloques de vencedores en la guerra. Uno de gobiernos
autoritarios comunistas en el Este bajo la influencia de Rusia, y otro de
gobiernos democráticos capitalistas y dictaduras hispanas en su parte occidental, bajo la
influencia de EE.UU. Paradójicamente, el antiguo enemigo fascista sería asimilado bajo influencia estadounidense, en un bloque que ahora rivalizaba contra un antiguo aliado de guerra, los estados soviéticos. España mantendría aún su influencia en ese sub-bloque hispano
de gobiernos dictatoriales que gobernarían en la Península Ibérica (España con
Franco y Portugal con Salazar) y buena parte de América Latina, en países como
Chile, Bolivia, Argentina, Ecuador o Venezuela, a mediados de
siglo bajo beneplácito de EEUU.
A excepción de la Península, el
resto de gobiernos fascistas desaparecerían de Europa tras su derrota en la II
Guerra Mundial. España se convertiría en un país democrático a imagen del resto
de potencias europeas 38 años más tarde, cuando en 1978 se refrendaba entre
todos los españoles una Constitución que reinstauraba los antiguos fueros
vascos, y la Generalitat de Cataluña, dándoles más competencias que las que
habían tenido antes en 300 años.
Alemania permanecería dividida
en los dos bloques de influencia rusa y americana hasta la caída del muro de
Berlín en 1989, y en 1990 se disolvería la URSS, dando lugar a la independencia
de sus antiguas repúblicas soviéticas.
La transición española hacia un Estado
plenamente democrático sirvió de garante a otros muchos otros países
latinoamericanos y ex-soviéticos para iniciar sus respectivos procesos
democráticos. España no dejaría nunca de cumplir el papel que a ella le quiso
otorgar la historia, el de cerrar y abrir nuevos capítulos en ella.
De nuevo hoy, en ese místico
capricho de la historia, parece que España esté destinada a cerrar un nuevo
capítulo de ella.
Ese país del que Brennan explicaba
que repite su historia de “monótona manera”, en los albores del s. XXI vuelve
a presentar las mismas corruptelas que ya nos han llevado a ocho bancarrotas en
la historia. Los casos Filesa o Roldan del PSOE, o la trama Gurtel o caso Bárcenas
del PP, o los casos del Palau o Pujol en la Generalitat, aparecen como una
repetición cíclica en nuestra historia. Un ciclo vicioso que continua en el tiempo la corrupción
de los validos de los reyes y nobleza catalana del s. XVII, las corruptelas de los políticos liberales de mediados del s. XIX, o el escándalo del estraperlo y el asunto Nombela (1935) del gobierno republicano de Alejandro Lerroux.
Y de nuevo, un movimiento social
revolucionario se produce en España, ahora con las siglas del 15M. En esta ocasión sin violencia, miles de personas se concentran en todas las capitales de
provincia de España, gritando contra la corrupción de los políticos y la
avaricia de los mercados. Y el movimiento se extiende por todo el mundo uniendo
en sus lemas a Londres, París, Berlín, Bruselas, Lisboa, Atenas, Tel Aviv…
Siguiendo el manual que ofrece la historia,
si España comienza a arder Cataluña echa la leña desde dentro. Y las palabras de Ortega y Gasset se convierten en leyenda:"El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede
conllevar".
Cómo se ha acostumbrado a hacer desde hace siglos, Cataluña anda buscando una solución unilateral para paliar su crisis, echando la culpa a España y atacándola como si fuese una entidad ajena a ella. Y como ya lo hicieron antes los nobles tarraconenses con los árabes, o el president en cap Pau Claris con los franceses en la Guerra de los Treinta Años, o los brazos catalanes con los ingleses y alemanes en la Guerra de Sucesión, los políticos catalanes de hoy buscan aliados a su causa contra España en las potencias extranjeras. Si estos políticos leyesen historia, sabrían que esas alianzas contribuyeron en el pasado a la destrucción de Europa, de España y dejaron el paisaje catalán desolado tras la traición de esos nuevos socios.
Cómo se ha acostumbrado a hacer desde hace siglos, Cataluña anda buscando una solución unilateral para paliar su crisis, echando la culpa a España y atacándola como si fuese una entidad ajena a ella. Y como ya lo hicieron antes los nobles tarraconenses con los árabes, o el president en cap Pau Claris con los franceses en la Guerra de los Treinta Años, o los brazos catalanes con los ingleses y alemanes en la Guerra de Sucesión, los políticos catalanes de hoy buscan aliados a su causa contra España en las potencias extranjeras. Si estos políticos leyesen historia, sabrían que esas alianzas contribuyeron en el pasado a la destrucción de Europa, de España y dejaron el paisaje catalán desolado tras la traición de esos nuevos socios.
España ya tiene a Occidente observando, para ver qué es lo que funciona en nuestro campo de pruebas.
No podemos predecir que nos deparará el futuro, si un partido como Podemos será una nueva ola de populismo en Europa o por el contrario implicará una regeneración de nuestro Estado precursora de una nueva forma de democracia en Occidente.
Desconocemos cuál será el
desenlace con respecto a Cataluña, aunque más vale que la historia no respete
los malos augurios.
Una secesión pacífica en Cataluña podría ser desencadenante de una nueva Europa de cientos de pequeños estados, centralizados en un gobierno europeo. No resulta muy atractiva la idea, si esa es una división de estados ricos y pobres con su soberanía sometida a los mercados.
O quizás mantener a Cataluña dentro de España, en un sistema con mayor autonomía fiscal y autogobierno, sea fórmula para la unión de otras naciones que formen mayores Estados, en una Europa con un poder central más organizado. Viene a la idea esa corriente Iberista de Menéndez Pelayo, Miguel de Unamuno y Oliveira Martins, para integrar Portugal en Iberia, algo que por cierto, siempre gustó a Francesc Maciá, un conocido político catalán republicano.
Una secesión pacífica en Cataluña podría ser desencadenante de una nueva Europa de cientos de pequeños estados, centralizados en un gobierno europeo. No resulta muy atractiva la idea, si esa es una división de estados ricos y pobres con su soberanía sometida a los mercados.
O quizás mantener a Cataluña dentro de España, en un sistema con mayor autonomía fiscal y autogobierno, sea fórmula para la unión de otras naciones que formen mayores Estados, en una Europa con un poder central más organizado. Viene a la idea esa corriente Iberista de Menéndez Pelayo, Miguel de Unamuno y Oliveira Martins, para integrar Portugal en Iberia, algo que por cierto, siempre gustó a Francesc Maciá, un conocido político catalán republicano.
Sea lo que sea, España está cerrando y abriendo un nuevo
capitulo de la historia, que a un servidor ya no corresponde seguir
escribiendo.
Rafael Gallardo Martín ©
Magnífico trabajo, enhorabuena
ResponderEliminarMadre mia Rafa, tu tienes mucho tiempo, no? Que bien documentado pero me ha faltado al final un poco de leña al fuego con tus propias ideas :D
ResponderEliminarTio, es un trabajo de dos años, y la verdad, más me vale dejarlo porque me va a costar el matrimonio :)) Mi idea es lo lleva a pensar el articulo, España ha condicionado la suerte del mundo a lo largo de toda la historia, y ya ves tío, volvemos a hacerlo. El resto de los articulos son mios también, hay se da un poco más de leña objetiva.
ResponderEliminarYa os dije que si os interesaba el tema encontraríais :)) un saludete nos vemos pronto
Lo de Bismarck es una mentira como una catedral. Como lo de Hitler... Etc
ResponderEliminarMi fuente suele ser wikipedia, aquí encuentras la frase:
Eliminar"Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido".
Otto Von Bismarck
http://es.wikiquote.org/wiki/Espa%C3%B1a
No tengo interés en inventarme nada, pero en este caso, además es que comparto la frase. Si has leído el articulo me darás la razón.
Saludos.
Buen trabajo, seguro que tambien te interesara leer independencia de catalunya aunque es mucho más light y ligero.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias por tu comentario Juliá. He visto tu blog, hay ideas interesantes en él, pero veo que estás posicionada a favor de la independencia. Aunque estoy completamente en contra de la secesión de Cataluña y cualquier otra región española, en el blog trato de no posicionarme al respecto, sino de ofrecer datos veraces sobre nuestra historia que expliquen el proceso, y datos económicos que expliquen la realidad de los distintos postulados.
EliminarAunque se nota que te has documentado muchisimo, hay unos cuantos errores pero yo destacare uno. Cuando dices "Aún cuando Napoleón en el 1810 ofrecía a Cataluña su independencia, y la senyera colgaba del balcón de la Generalitat, los catalanes hicieron caso omiso y continuaron luchando junto al resto de sus compatriotas españoles contra las tropas francesas", sobre la Guerra del Frances. Napoleon queria anexionar Cataluña a Francia, NO INDEPENDIZARLA; fue cuando Jose Bonaparte le dijo que si aceptaba, el tendria que huir del pais porque lo matarian.
ResponderEliminarIgualmente has hecho un gran trabajo de documentacion pero NO eres objetivo.
Saludos
Gracias por su comentario y su critica. He tratado de ser objetivo, aun tratando de hacer una narración bonita sobre nuestra historia.
EliminarLe animo a que estudie bien este episodio de nuestra historia. Napoleón ofreció de nuevo a Cataluña convertirse en una república independiente bajo protección francesa. Episodio similar ocurrió durante la Guerra de los Segadores en 1640. Por supuesto los catalanes conocían ya de sobra las intenciones de los franceses en Cataluña, con una ocasión ya habían aprendido la lección.