Recientemente,
en marzo de 2017, el actual presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles
Puigdemont, en la ponencia que ofrecía en Harvard para explicar el proceso
secesionista catalán, parafraseó el emotivo discurso que el genial violinista
catalán Pau Casals, pronunció en 1971 en la sede de las Naciones Unidas, cuando
esta le condecoraba con la Medalla de la Paz:
Desde
luego el mensaje era conmovedor para exaltar los ánimos patrióticos de
cualquier catalán, pero en ese discurso no existía una sola verdad más que
Cataluña, tanto hoy como entonces, como mucho antes, es una región de España.
Las
cortes parlamentarias más antiguas de Europa fueron las Cortes de León , cuando el rey leonés
Alfonso IX convocó por vez primera al pueblo llano a participar en las
decisiones de la curia regia en 1188, hecho reconocido desde 2013 por la
Unesco, nombrando a León «cuna del
parlamentarismo». El actual alcalde de León, Antonio Silván, se encargó de
recordar este hecho a Puigdemont, invitándole a la ciudad para que lo
comprobase él mismo.
Es
cierto que las cortes catalanas tienen su origen en aquellas asambleas de Pau i
Treva (Paz y Tregua) que desde 1021 se reunían para deliberar y pactar la
interrupción de guerras o actos de violencia. Pero ese tipo de reuniones eran
comunes en toda Europa, inmersa en las revoluciones feudales de la época, y se
organizaban por la iglesia precisamente para paralizar las actividades de
inmensa violencia y terror provocadas por la nobleza, en un intento de
garantizar sus bienes. Por lo tanto, aquellos territorios no eran nada
pacíficos, ni mucho menos esas reuniones en territorio catalán implicaron un
principio de la ONU. Los historiadores sitúan el nacimiento de las Cortes
Catalanas en la asamblea convocada por el legado pontificio en Lleida, en 1214.
Y
para terminar de apuntalar la falta de rigor histórico del discurso, Cataluña por
aquel entonces siquiera
existía. La mayor parte de la actual Cataluña estaba en manos de los árabes, y la zona catalana dentro de la Marca Hispánica estaba compuesta por un número de condados dentro del imperio Carolingio que a partir del s. X, con la decadencia del imperio, se irían independizando paulatinamente del poder central, inmersos en guerras civiles entre ellos. Será el conde Ramón Berenguer I a finales de s. XI, quien transfiera en herencia los condados de Barcelona, Gerona y Osona unificados, pero esa unión no duraría mucho tiempo. Ramón Berenguer III consolidará en el s. XII esa unión de condados, apareciendo entonces la referencia documental más antigua a Cataluña, en el documento pisano Liber maiolichinus (1117), en el que se llamaba al conde Dux Catalanensis y catalanicus heros. Su sucesor, Ramón Berenguer IV, ya unió el Condado al Reino de Aragón.
existía. La mayor parte de la actual Cataluña estaba en manos de los árabes, y la zona catalana dentro de la Marca Hispánica estaba compuesta por un número de condados dentro del imperio Carolingio que a partir del s. X, con la decadencia del imperio, se irían independizando paulatinamente del poder central, inmersos en guerras civiles entre ellos. Será el conde Ramón Berenguer I a finales de s. XI, quien transfiera en herencia los condados de Barcelona, Gerona y Osona unificados, pero esa unión no duraría mucho tiempo. Ramón Berenguer III consolidará en el s. XII esa unión de condados, apareciendo entonces la referencia documental más antigua a Cataluña, en el documento pisano Liber maiolichinus (1117), en el que se llamaba al conde Dux Catalanensis y catalanicus heros. Su sucesor, Ramón Berenguer IV, ya unió el Condado al Reino de Aragón.
Esto
da una idea del problema que actualmente existe en Cataluña. Sencillamente la
mayor parte de la población catalana, secesionista o no, vive inmersa en una
realidad inventada, en un bello cuento sobre Cataluña. Un cuento que no tiene
más de siglo y medio de historia, pero que, como Casals, hoy la mayoría de
catalanes tienen asumido.
Que
decir que el viejo maestro Casals creía sin fisuras el relato que contaba, como
probablemente el resto de ese bello cuento sobre Cataluña. Como muchos catalanes
cultivados de su época (Casals nació en el 1876), estaba influenciado por aquel
nacionalismo romántico germano de mediados de s. XIX, basado en mitos, leyendas
y en la raza, que acabaría calando ya entrado el s. XX en todas las sociedades
europeas, siendo este el precursor de los fascismos que aparecieron después.
Casals
no era un fascista, era un hombre de una bondad extraordinaria, y un
comprometido defensor de la paz, la democracia y la libertad. Tampoco era
racista, ni siquiera nacionalista. Era un catalanista convencido, amante de su
tierra y su cultura, pero sin negar su españolidad, entendiendo Cataluña como
lo que era, una región de España. Pero él, como la mayoría de catalanes
cultivados de su época, había interiorizado las proclamas y la historia difundidas
por ese nacionalismo romántico abrazado por la burguesía industrial catalana, que
se erigía orgullosa como el pivote industrializador de una España que entonces languidecía
en el arcaísmo de Castilla.
Al
maestro Casals le tocó vivir unos tiempos complicados, no solo para España,
sino para toda Europa y para el mundo entero. El cambio de siglo estuvo
dominado por toda suerte de revoluciones, movimientos obreros, imperialismo y
guerras que se extenderían hasta mitad del s. XX, y que mostraron la cara más
atroz y cruel del ser humano.

El
poder industrial se convirtió en una cuestión patriótica. Aquel nacionalismo serviría
de excusa para colonizar toda África, en una carrera imperialista en la que participaron
todas las potencias industriales de la época, tratando de abastecer de materias
primas a su industria. Aquellas élites industriales sacarían de sus fábricas a
miles de trabajadores empobrecidos para sacrificarlos en las guerras
coloniales, perpetrando a la vez una verdadera masacre en poblaciones
africanas.
Cuando
a principios de s. XX ya no quedaba nada de África por colonizar, inevitablemente
aquellas potencias industriales se lanzaron a la guerra entre ellas. La Primera
Guerra Mundial asesinaría a casi 10 millones de combatientes provenientes de las
clases trabajadoras, y una cantidad similar de civiles. La guerra solo
terminaría cuando aquellos trabajadores se rebelaron contra sus élites,
produciendo la revolución bolchevique en 1917 en Rusia, y otra de la misma
índole en Alemania.
La
España de Casals se libró en gran medida de tan fatales contingencias. España
había iniciado en el primer tercio de siglo el proceso revolucionario que la convertiría
en un Estado-Nación bajo las corrientes liberales francesas, precursor de las
que ocurrirían después en toda Europa, introduciendo al país en distintos
procesos constitucionales a lo largo de todo el siglo XIX. Las riquezas del
comercio con América la desmotivaron para iniciar el proceso industrializador
que se consolidaba en el norte de Europa desde principios de siglo, y la
pérdida de las posesiones en America a partir de la segunda mitad, junto con
las guerras coloniales, carlistas y con Marruecos, la habían sumido en un
periodo de completa decadencia.
Solo
País Vasco y Cataluña habían logrado consolidar un proceso industrializador,
que aún sin capacidad de competir contra las potencias europeas, sí les
permitía abastecer un mercado interno que habían logrado cerrar a la
competencia exterior. En el último tercio de s. XIX Cataluña ya se había
convertido en la fábrica de España, extendiendo su tejido industrial más allá
del tradicional sector algodonero, incluyendo al textil lanero, la alimentación,
el papel, y un largo etcétera de manufacturas que copaban todo el mercado
español. Y la burguesía catalana, por vez primera en muchos siglos, podía
tutear al poder de Castilla, destrozada ahora por las guerras y sin mano de
obra joven sacrificada en ellas.
Mientras
el presidente Cánovas del Castillo aquejaba con sarcasmo que «son
españoles los que no pueden ser otra cosa», cuando trataban de definir la nacionalidad española en el
último proceso constituyente del siglo, en 1876, el nacionalismo romántico de
la época inmiscuía a las élites catalanas y vascas en una nueva construcción
nacional de sus regiones.

Fue
a mediados del s. XIX cuando se escribió ese bello cuento sobre una idílica nación
milenaria llamada Cataluña, que perdió su libertad tras ser conquistada por
España. Un cuento que escondía por
ejemplo las reivindicaciones que hacía aquel representante de los marinos catalanes
cuando escribía a la reina regente Mariana de Austria en 1674, advirtiendo que
«no ha sido ni es de quitar a los cathalanes al ser tenidos por españoles, como
lo son, y no por naciones” (Recogido por Pierre Vilar, El fet Català, 1983).

El cuento quiso cambiar toda la historia de Cataluña. A un Rafael Casanova que murió de viejo en su Cataluña natal, y que había luchado en la Guerra de Sucesión para “derramar gloriosamente su sangre por su rey, su honor, por la patria y por la libertad de toda España”, se le convirtió en mártir de las libertades catalanas. Se ocultó que la supuesta perdida de libertades, tras la implantación de los decretos de Nueva Planta, se reducía a la Real Audiencia, que antes y después dependía del rey, y si antes se escribía en latín, ininteligible para cualquier catalán de a pie, se obligó desde entonces a ser escrita en castellano. Los catalanes siguieron fiscalmente privilegiados y la apertura del puerto de Barcelona al mercado americano provocó que Cataluña viviese un esplendor económico que no experimentaba en siglos. Aquellos políticos catalanes que tras un siglo de la implantación de la Nueva Planta arriesgaban sus vidas sorteando a las tropas francesas que ocupaban España, participando en Cádiz de un hito de la historia española, la firma de su primera constitución de 1812 ,“la Pepa”, se habían esfumado del cuento.
Aquel
cuento sobre Cataluña, como todos los que se escribieron en Europa de la misma
índole, fue creado por una oligarquía industrial cultivada que con mitos y
leyendas ratificaban la supremacía de su raza, justificando con ello la codicia
con que expoliaban el mundo. En principio solo se trato de una exacerbación
identitaria de carácter meramente cultural, fruto del complejo de superioridad
que ahora sentía la burguesía industrial catalana, observando a la Castilla que
antes fue el motor del imperio, estancada en su ruralismo y retraso.
Pero
tal y como se fueron perdiendo las posesiones en America, ese nacionalismo cultural
adquiría en el último tercio de s. XIX un carácter político, mucho más
virulento y xenófobo, en respuesta a la frustración sentida por aquellas élites
industriales al ver menguar sus riquezas, algo de lo que sistemáticamente
culparon a Madrid, obviando la responsabilidad que ellos mismos tuvieron en el
proceso.

La
realidad es que hasta la entrada del nuevo siglo el nacionalismo catalán no
llegaría a influir significativamente a la población catalana. En una época tan
tardía como 1893, el escritor catalán Josep Pla escribía que “Los catalanistas
eran muy pocos. Cuatro gatos”.
Pero
el punto de inflexión fue la pérdida de las últimas colonias españolas de Cuba
y Filipinas en 1898, eliminando el suministro de algodón a bajo precio para la
industria textil catalana con el que tanto se había enriquecido.

"Diversos
hechos ayudaron a la rápida difusión del catalanismo. La pérdida de las
colonias, después de una sucesión de desastres, provocó un inmenso desprestigio
del Estado. El rápido enriquecimiento de Cataluña, fomentado por el gran número
de capitales que se repatriaban de las colonias perdidas, dio a los catalanes
el orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que les hizo propicios a la
acción de nuestra propaganda dirigida a deprimir el Estado español y a exaltar
las virtudes y merecimientos de la Cataluña pasada, presente y futura."
Pau
Casals pertenecía a ese círculo de familias catalanas que habían vuelto de las
Américas. Su madre de origen catalán y nacida en Puerto Rico, se asentaría más
tarde en Cataluña, donde formó la familia que dio a luz al maestro. Aunque
Casals desarrolló una actividad importante dentro del catalanismo político, estando
afiliado a la Lliga regionalista catalana fundada por Prat de la Riba, el
partido conservador y monárquico por excelencia en Cataluña, no adoptaría el
discurso xenófobo y de odio que el fundador y muchos catalanistas de la época
propugnaban. Casals sería becado en Madrid, donde convivió con la familia real,
y se codeó con las élites burocráticas, de hecho fue declarado hijo adoptivo de
la ciudad, y guardaba un gran afecto por la monarquía española, llevando
siempre engarzado al arco de su violoncelo un anillo que la reina María
Cristina le regaló. Siempre percibió España y el castellano como algo propio
sin contradecir por ello su identidad catalana.
Fue
un arduo defensor de los derechos y libertades humanas, sintiendo verdadera
empatía por las clases obreras con las que siempre se solidarizo. Fundó y
patrocinó orquestas para los obreros y labradores, y en 1905 fundó en Barcelona
el "Comité Catalán contra la Guerra", viendo como las clases
trabajadoras eran sacrificadas en las guerras. Pero su sensatez y apuesta por
la democracia le reprimirían de ofrecer ninguna clase de apoyo a las
revoluciones bolcheviques, negándose a tocar en Rusia hasta que instaurase un
verdadero régimen democrático.
Casals
pudo observar como a lo largo de los años 20, tras los movimientos migratorios
desde Murcia y Almería hacia los cinturones industriales de Barcelona, muchos
de aquellos obreros empobrecidos con los que se codeaba adoptaban en Cataluña
el mismo discurso xenófobo que propugnaba el nacionalismo catalán de los
burgueses. Pere Mártir Rosell i Vilar, representante del ala radical de ERC,
publicó en 1917 el folleto Diferéncies entre catalans i castellans, donde se
exponía que la mezcla entre ambos conduce a la "degeneración
biológica". Aymá i Baudina distinguía «entre los obreros auténticos que
pasan hambre en silencio» y «los vagos forasteros que hablan siempre en
castellano». Se podrían citar decenas de escritores catalanistas de izquierda que
propagaron ideas igual de despectivas, hasta llenar el aire de las urbes
catalanas de rencor y prejuicios contra los trabajadores andaluces y
castellanos.
La
revolución bolchevique en Rusia estimularía la aparición de movimientos obreros
anarquistas y marxistas
en toda Europa. En España en particular, durante el primer tercio de siglo XX, se produciría toda una oleada de huelgas revolucionarias, violencia y pistolerismo, los llamados años de plomo, que la hizo ingobernable. Las iglesias se incendiaban y burgueses eran asesinados indiscriminadamente. En Cataluña parte de la izquierda proletaria comenzó a adoptar un marcado carácter separatista, lo que todo en su conjunto acabó siendo una verdadera amenaza para los intereses industriales de la oligarquía catalana.
en toda Europa. En España en particular, durante el primer tercio de siglo XX, se produciría toda una oleada de huelgas revolucionarias, violencia y pistolerismo, los llamados años de plomo, que la hizo ingobernable. Las iglesias se incendiaban y burgueses eran asesinados indiscriminadamente. En Cataluña parte de la izquierda proletaria comenzó a adoptar un marcado carácter separatista, lo que todo en su conjunto acabó siendo una verdadera amenaza para los intereses industriales de la oligarquía catalana.
Esto
llevaría a la Lliga Regionalista Catalana, representante de los intereses de la
burguesía, y a la que Casals estaba afiliado, ya bajo el liderato de Cambó, a apoyar en 1923 el
levantamiento militar en Barcelona del general Miguel Primo de Rivera,
instaurando una dictadura en España que duraría siete años.

La
reacción del catalanismo fue justo la contraria a la que la dictadura
pretendía. Una vez la actividad política fue reprimida, los intelectuales
catalanes se volcaron en la divulgación del catalanismo a través de la
promoción de la lengua y de la cultura, en actividades consideradas como alta
cultura no censuradas por el régimen. Aumentaron las editoriales y las
publicaciones en catalán y se pusieron en marcha un buen numero de iniciativas
culturales como el Ateneo de Barcelona con Pompeu Fabra como presidente, y la
Associació Obrera de Concerts, fundada por Pau Casals. Al final, el impacto de
la dictadura en la cultura catalana sería positivo, a pesar suyo, llevando a la
sociedad catalana a adoptar una verdadera conciencia de su identidad y de la
necesidad de protegerla contra un Estado que les era hostil. Los intelectuales
catalanes interiorizaron la consigna del Catalunya endins! ('Cataluña hacia dentro'), que sintetizaba esa
idea de promover la cultura catalana de forma íntima, durante los años de
dictadura, para después catapultarla.
La
represión política se produjo en toda España, y muchos representantes políticos
españoles e intelectuales de la talla de Unamuno o Blasco Ibáñez, vivieron la
dictadura en el exilio o el destierro. Pero en Cataluña, como apuntaba la
historiadora Genoveva García Queipo de Llano, "Primo de Rivera ofendió no
sólo a grupos políticos sino a la totalidad de la sociedad catalana", y
todo el pueblo catalán asumiría como mínimo la opción autonomista.
Casals
se haría republicano por su distanciamiento con Alfonso XIII durante los años
de dictadura, y en 1931 se mostraría públicamente satisfecho por la
proclamación de la Segunda República participando en sus actos
conmemorativos.

En las elecciones municipales catalanas del 31, la recién fundada Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) obtenía un arrollador triunfo obteniendo los mismos escaños que el partido conservador de la Lliga Regionalista y los partidos centristas catalanes juntos. ERC se presentó como un partido republicano catalán de izquierdas, no como un partido secesionista, pero este ideal era defendido por algunos miembros en sus filas, entre ellos uno de sus fundadores, Francesc Macià, quien tras la proclamación de la República proclamaría la República Catalana dentro de una federación de pueblos ibéricos. El escaso apoyo que recibió le hizo declarar la Generalidad de Cataluña, aprobando un nuevo estatuto de autonomía en 1932. Pero estos hechos demostraron que, aunque el secesionismo no gozaba de un apoyo considerable en Cataluña, ya se había convertido en un elemento desestabilizador para la recién nacida II República Española.
La
entrada de los conservadores católicos de la CEDA en el gobierno republicano en
1934 provocaría las revoluciones del 6 de octubre: una huelga general en toda
España, la revolución de Asturias y la proclamación por parte del diputado de
Esquerra Republicana (ERC) y presidente de la Generalitat, Lluís Companys,
del Estado Catalán dentro de la República Federal Española, un golpe
de estado en toda regla perpetrado desde la misma Generalitat contra el
gobierno republicano. Todos los levantamientos fueron reprimidos con la intervención
del ejército, con el resultado de miles de muertos y encarcelamientos, provocando
una conciencia de unidad entre todos los partidos de izquierda españoles contra
un enemigo común, la derecha política, a la que de alguna forma ligaron con el
fascismo.
En
Cataluña, a la desestabilidad provocada por los sindicatos obreros españoles de
UGT y CNT, particularmente activos en los cinturones industriales catalanes, se
unía la actividad del separatismo de izquierdas. La Generalitat ya solo
aspiraba a encauzar los levantamientos del proletariado para evitar una
verdadera revolución bolchevique en Cataluña, mientras milicias paramilitares
socialistas, anarquistas y de Esquerra Republicana desfilaban por Barcelona de
la misma forma que lo hacían las milicias de la Falange Barcelonesa.
El
mismo José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, se dio cuenta
de lo que la dictadura de su padre había provocado en Cataluña:
“En
Cataluña hay ya un separatismo rencoroso de muy difícil remedio, y creo que, ha
sido, en parte, culpable de este separatismo el no haber sabido entender pronto
lo que era Cataluña verdaderamente.
Cataluña
es un pueblo impregnado de un sentimiento poético, (…). Esto no se ha
entendido a tiempo; a Cataluña no se la supo tratar, y teniendo en cuenta que
es así, por eso se ha envenenado el problema, del cual sólo espero una salida
si una nueva poesía española sabe suscitar en el alma de Cataluña el interés
por una empresa total, de la que desvió a Cataluña un movimiento, también
poético, separatista”.
“Los Vascos y España”, J.A.
Primo de Ribera, 28.2.1934
Pero
ya no habría tiempo para poesías en Cataluña, ni en España, ni como se vería
más tarde, tampoco en el mundo.
Las
elecciones generales de 1936 daban una escueta victoria al recién formado por
Manuel Azaña, Frente Popular, una coalición electoral de las fuerzas de
izquierda que unía a republicanos y socialistas. Milicianos de la falange
iniciaban un número de asesinatos respondidos de la misma forma por milicias de
izquierda, generando una escalada de violencia que serviría de excusa a los
militares para iniciar el levantamiento. El 17 de julio de 1936 comenzaba la
Guerra Civil Española.

Casals
se declararía antifascista desde el inicio de la guerra, librándose de la
represión que se producía en toda Cataluña por las milicias antifascistas
creadas por decreto por la Generalitat de Companys. No solo se ejecutarían
falangistas y representantes políticos de los partidos conservadores nacionales,
sino también burgueses, clérigos y simpatizantes de la Lliga Catalana, antigua
Lliga regionalista, a los que acusaban de colaboradores con los sublevados. El balance
final de la represión sería de más de 8.000 víctimas asesinadas en la Cataluña
republicana.
Una
vez las tropas de Franco ocuparon Barcelona Casals se exilió a París. La guerra
terminaba tras tres años de conflicto bélico, con un balance de más de medio
millón de victimas humanas.

Gracias
a la cercanía con la frontera francesa la mayoría de republicanos catalanes
pudieron huir, "tan solo" 4.200 personas fueron fusiladas. Pero el
especial carácter de la Cataluña Republicana provocó que la represión del
régimen se ensañase con ella. El mismo Franco advirtió que los soldados que
habían tenido el honor de desfilar en Barcelona tras su caída no fue
"porque hubieran luchado mejor, sino porque eran los que sentían más odio.
Es decir, más odio hacia Cataluña y los catalanes." En 1940 el total de
hombres y mujeres encarcelados (presos políticos) en Cataluña era de 27.779
personas, el 0,95% del total de la población catalana, evidenciando el alcance
masivo de la represión sobre su población, aún meses después del fin de la
contienda.

Casals
de nuevo se vería obligado a huir del fascismo ante la ocupación de Francia por
el ejercito nazi, abandonando París para trasladarse a vivir a San Juan de
Puerto Rico, de donde provenía su familia materna.
En
España, el régimen franquista prohibiría todos los partidos políticos (salvo
Falange Española), anulando por completo las libertades democráticas.
Específicamente Cataluña vería suprimidos su Estatuto de Autonomía y las
instituciones de él derivadas, y se derogó la oficialidad de la lengua
catalana, eliminando su uso en todo lo relativo a la administración pública, en
los medios de comunicación, en la escuela, en la universidad, en la
señalización pública y en general en toda manifestación pública.
Hasta
1946 la censura no permitió publicaciones en catalán, y la única expresión de
literatura catalana se limitó a alguna obra clandestina. Tras la victoria de
los aliados en 1945, el cambio de relaciones en política exterior obligó al
régimen a rebajar la represión ejercida, autorizando el teatro en catalán y la
edición de libros en lengua catalana.

Pau
Casals se mostraría siempre consecuente con sus ideales pacíficos, y su defensa
de las libertades y de la democracia. Tras comprobar la connivencia de los
países del bando aliado con el régimen franquista se negó a tocar en todos
ellos, sacrificando aquello que más amaba, la música. No volvería a tocar el
violoncelo en público durante años.

A
pesar de la violencia que gobernó en los tiempos del maestro, en el corazón de
Casals nunca hubo sitio para el odio. No se dejó nunca influenciar por la
xenofobia y los prejuicios del nacionalismo de su época. Tampoco su empatía por
los obreros le llevaron a simpatizar con las revoluciones proletarias, que
condenó como regímenes que oprimían la libertad de los pueblos. Ni por supuesto
sus convicciones católicas y conservadurismo le llevarían a apoyar dictaduras
que se erigían como baluarte de las mismas.
Aun
habiendo padecido la represión de dos dictaduras, y aun viéndose obligado a
vivir en el exilio, lejos de su amada Cataluña, ayudando a cientos de exiliados
españoles que como él, fueron perseguidos por sus convicciones políticas,
Casals nunca generó un sentimiento de odio o revancha contra España, como así
les ocurrió a tantos exiliados catalanes con los que el maestro convivió.

"Soy
catalanista pero jamás he sido separatista". "La reina María Cristina
fue para mi como una segunda madre. Tocaba el piano con ella y jugaba con
Alfonso XIII". (…) "En plena República, cuando me hicieron hijo
adoptivo de Madrid, elogié a la reina y me ovacionó todo el mundo".
Pau
Casals aseguró que no volvería a España mientras Franco la gobernase.
Desafortunadamente el maestro nunca más volvería a ella, a pisar la Cataluña
que tanto amaba. El 22 de octubre de 1973 moría en San Juan de Puerto Rico. Franco
moriría dos años más tarde.

Pau
Casals fue un hombre extraordinario. Un catalanista convencido, cuya defensa
del catalán y de Cataluña pocos catalanes, si es que hay alguno, pueden
alardear de haberlo internacionalizado como él lo hizo. Una actividad que no
cejó hasta su muerte. Fue arduo defensor de las libertades humanas, de la
democracia como sistema político que las garantiza, y sobre todo, y por encima
de todo, un defensor de la paz. Como mencionó en su discurso, Cataluña era la
nación más grande del mundo porque “ya estaba contra la guerra, contra aquello
que las guerras tienen de inhumano”.
Supongo
que la mayoría de secesionistas encontrarán al maestro como un indiscutible
aliado de su causa, pues Casals era un demócrata, y no parece ser otro valor
que este, el que aquellos defienden. Pero particularmente yo dudo que Casals
hoy día sintiese ninguna atracción por la causa independentista, y no
sencillamente porque él no se declarase como tal, sino por la forma en que se
esta haciendo.


España
ha adelgazado el gobierno central hasta apenas implicar el 20% de todo el gasto
público, mientras la mitad de este gasto es gestionado por las administraciones
territoriales (34% por las CC. AA. y el 12% por las
autoridades locales). Todas las CCAA tienen las competencias en sanidad y educación completamente transferidas, junto con un porcentaje importante del gasto en Infraestructuras, varios impuestos, transporte, y un largo etcétera que en Cataluña culmina con la transferencia completa de la competencia en seguridad ciudadana, desapareciendo allí la policía nacional y encontrando en su lugar a los mossos de esquadra con los que Casals convivió durante la República.
autoridades locales). Todas las CCAA tienen las competencias en sanidad y educación completamente transferidas, junto con un porcentaje importante del gasto en Infraestructuras, varios impuestos, transporte, y un largo etcétera que en Cataluña culmina con la transferencia completa de la competencia en seguridad ciudadana, desapareciendo allí la policía nacional y encontrando en su lugar a los mossos de esquadra con los que Casals convivió durante la República.
Es
cierto que sigue existiendo corrupción política y politización de la justicia,
como la que Casals conoció en la España de su época. También importantes tasas
de paro ahora en tiempos de crisis, aunque nada que ver con la pobreza en los
barracones de obreros que Casals conoció. Pero aunque si bien es cierto que las
precarias condiciones laborales hoy harían huir a muchos españoles de España,
también lo es que pocos de los inmigrantes de todo el mundo que un día vinieron
se hayan querido marchar.
Pienso
que en esta España Casals no entendería el problema de la Cataluña de hoy. Una
España en la que ya nadie castellaniza su nombre, Pau, que significa Paz, como
al le gustaba decir, pero que en cambio catalaniza los nombres castellanos de
los catalanes. Una Cataluña que no parece estar por la libertad, la democracia
y la paz que el maestro defendía, sino que ha adoptado los discursos xenófobos
y populistas que han dado a Trump la presidencia de EEUU, de los que
defendieron el Brexit en Reino Unido, o de la ultraderecha de Geert Wilders en
Holanda o Marine Lepen en Francia.
Cataluña
no puede estar por la libertad cuando se quiere obligar a todos los españoles,
catalanes incluidos, a que una generación de estos últimos unilateralmente
decidan arrebatar parte de una tierra que por ley pertenece a todos. Una ley,
la constitución del 78, que votaron todos, precisamente con el mayor porcentaje
de apoyos en Cataluña, saltándose además otra ley que también votaron todos los
catalanes, el Estatut del 2006. Sin debate, sin argumentos, solo el hecho de
querer votar apropiarse de lo que a ellos no les pertenece. Esto no es
libertad, es el mismo autoritarismo que en los tiempos de Casals asesinó a
millones de humanos y que a él le llevó al exilio.



Es soberbia aseverar la pertenencia de una supuesta Cataluña independiente a la
Unión Europea, cuando ninguno de sus miembros te apoya, o enaltecer las futuras
riquezas de la ruptura cuando tu propio órgano consultivo, el CATN, estima que
el coste de una secesión no pactada será de 4.500 millones de euros al mes en
los primeros años. Es soberbia usar a académicos de ámbito internacional afines
a la causa, cuando su opinión proviene de flemas de rencor del pasado, como
demostraba el economista Xavier Sala i Martin recordando en un twitt a su padre
el día de la votación del 9N: “Finalment no he pogut viatjar a Catalunya però
he votat a Nova York. I he votat per tu, pare!” Xavier Sala-i-Martin ✔@XSalaimartin

Todo
esto es estar contra la paz, contra todo aquello que Pau Casals creía que Cataluña
representaba.
A
día de hoy, cuanto menos, Casals se sentiría engañado. Engañado por el cuento
falaz que el nacionalismo catalán le inculcó sobre la Cataluña del s. XI, y
engañado por el cuento falaz que sobre Cataluña se inculca hoy en el s. XXI.
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